jueves, 14 de junio de 2012

Hilde Domin, la dama de la poesía sencilla





Amo esta tierra desnuda
y no quiero tener nada.


Sólo el tiempo
para estar sola
con el tiempo.


Y estar mirando una nube
o el palidecer
de la tarde.


Con las ansias de siempre
y el miedo
de hoy.


POEMAS
Hilde Domin
El Bardo-2002
Fotografia: Pedro Laycos




La poeta alemana Hilde Domin, que murió a los 96 años en la ciudad universitaria de Heidelberg,  puso en práctica con su vida y su obra la máxima de que la patria es el idioma. Hija de un abogado judío de Colonia, Domin estudió Derecho, Economía, Sociología y Filosofía en Heidelberg y tuvo como maestros nada menos que a Karl Mannheim y Karl Jaspers. En 1932, con 23 años, antes de la llegada al poder de la barbarie nazi, abandonó Alemania junto con el que después sería su marido, el escritor y teórico del arte Edwin Walter Palm.


Condenados al exilio tras la llegada del nazismo, Domin estudió en Italia y se doctoró en Florencia en 1935 con una tesis sobre la teoría del Estado en el Renacimiento Pontano como precursor de Maquiavelo. El exilio les llevó al Reino Unido y el matrimonio recaló en la República Dominicana el año 1940 donde su marido consiguió una cátedra en la universidad y ella trabajó como profesora de alemán, traductora y fotógrafa de arquitectura. Su vocación y carrera son tardías, datan de 1951 y se iniciaron con algo más de 40 años. Una mañana se levantó y leyó a su marido versos, en vez de uno de sus trabajos de traducción. Los primeros versos surgieron de la muerte de su madre y en poco más de dos años escribió unos 200 poemas. Como homenaje a su país de adopción, cambió su apellido de Palm por el de Domin con el que logró reconocimiento expresado en múltiples condecoraciones y homenajes.


Hilde Domin se convirtió en la gran dama de la literatura alemana de postguerra. 


En los innumerables homenajes y premiaciones que le han concedieron en sus 96 años, siempre se destacó la simpleza de su poesía. 


Domin se filtró en el gusto y en la conciencia del público porque le devolvió al idioma alemán la ligereza de la cotidianidad y la gravedad de los sentimientos hacia el otro, hacia la naturaleza.


Los alemanes, no aficionados a la poesía como los latinoamericanos, reconocieron la fuerza de estos versos y desde los años 60 no hubo manual de literatura para la enseñanza donde no hubiesen textos de Hilde Domin.

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