jueves, 4 de agosto de 2011

A veces de tarde, es una ausencia




Maracaibo está en reposo. Nada se mueve en la calle a la 1 de la tarde. Desierta, las pocas personas que caminan por 5 de Julio parecen fantasmas alucinados, envueltas en un halo de vapores y obstinación, cegadas por la luz plomiza de esta hora. 45º de calor. Humedad que se cuaja en el aire antes de ser piel pegajosa en su humanidad.

Maracaibo es un desierto. La vida está suspendida. Me asomo una vez mas por la ventana solo para comprobar lo que ya sé. A esta hora todo está callado, adormecido. No hay bocinas ni carros ni pasajeros. Solo alucinación y soledad. La ciudad es un desierto de voces, es una algarabía de ausencias, es tu recuerdo golpeando con fuerza en el 4to piso de mi ventanal que mira hacia esa acera, donde un día transitó tu risa. La vida ocurre detenida frente a mí.

Hoy Maracaibo es una ausencia.

Laura Fernández



miércoles, 3 de agosto de 2011

Esa manía de llevar a Dios en los labios


Todas las mañanas al salir de casa repito un ritual involuntario: me persigno y pido al Señor regresar sana y salva en la noche. Y ruego por todos los que quiero. Llevar a Dios en labios y entregar mi suerte a él se ha convertido en una letanía diaria ante las arremetidas, cada día más sonoras y crecientes, de la delincuencia. Anoche desperté sobresaltada en la madrugada, más de 20 balazos en cuestión de uno, de dos, no sé cuantos segundos, los sentí eternos mientras Dios de nuevo regresaba a mis labios y me persignaba y me estremecía pensando quién podía ser esta vez, cuántos esta vez. Pensaba en balas perdidas a esa hora de la madrugada impactando en el inocente que retornaba de una fiesta o al madrugador que había decidió salir más temprano a su trabajo.

Y quienes deben garantizarnos el derecho a la vida se escudan en el argumento manido de que se trata de exageraciones de la prensa amarillista del país. Una exageración que suma 150 mil asesinatos en estos últimos 12 años.

A veces me quisiera mudar a ese país tan bonito que me cuentan todos los días en la tele oficial. Allí, la gente tiene pleno empleo, no existe analfabetismo; familias felices con las casas que les construye el gobierno y las entregan con todo equipado; nadie se cose la boca en actitud desafiante de huelga de hambre para exigir sus derechos y cuando lo hacen son desestabilizadores pagados por la oligarquía; abundan los alimentos que en los mercado están desaparecidos hace meses dejando en anaqueles vacios la mejor evidencia; los CDI como los Barrio Adentro son un paradigma en tecnología y avances en medicina para curar y tratar cualquier enfermedad, aunque el líder supremo los ignorara a la hora de tratar su cáncer y prefiriera buscar la ayuda externa de cubanos y españoles.

Qué bonito es todo desde la pantalla oficial. Todos los venezolanos estudian, se gradúan y al salir tienen garantizado un empleo productivo…Yo me quiero quedar en este país que desde las pantallas de Tves, VTV, ANTV, me llena de sueños todas las mañanas. ..Me están destrozando los nervios esos canales vendidos, de apátridas vendepatrias, ellos cuando muestran la realidad, exageran. Sus noticias son violentas. Sangre y corrupción. Reclamos y huelgas. Masacres y presos dando órdenes desde las cárceles. Marchas y gente llorando sus muertos. Puro conflicto, pues. No se parecen a esa realidad dulce, ese oasis de paz y esperanza que veo desde los canales del Estado y me hacen a veces creer que Venezuela es como Disneylandia.

Y yo necesito soñar, quiero soñar de nuevo, creer, tener esperanzas antes de volverme loca. Quizás sea mejor ver solo la teve oficial a ver si logro conciliar mis angustias, permanecer en el país donde todo es avance y logro, donde la muerte no es lugar común, ni es sinónimo de asesinatos, sino de algún ajuste entre malandros, de alguna pelea de barrio. Y la impunidad, es otro invento de los medios y de los familiares de las víctimas, aunque los datos confirman que 92.1% de los homicidios en Venezuela no son resueltos.

Pero suena el teléfono. El desgraciado teléfono. Me dicen que acaban de asesinar al ingeniero de PDVSA y su escolta en las carreteras de la Guajira para robarles el carro, cuando justo retornaba de supervisar la entrega de dos vivienda s con su dotación correspondiente a vecinos de mi caserío. La noticia se queda hirviendo en la mente, como cicatriz en mi memoria que rápidamente pasa revista a todos esos hechos que asustan. Por lo común, por lo frecuente. Porque no es una excepción, es cosa de todos los días. Como ese graffiti que se lee en calles de Caracas y asusta. Asusta mucho.

Me asomo a la televisión. Transmiten las noticias de la noche. La apago. Me siento agotada, rabiosa, también con miedo e impotente, sin fuerzas para insistir en lo que ya nadie puede creerle. Aunque la propaganda sea insistente y constante.

No podré soñar. No hoy. Mejor no cierro los ojos, ya tuve bastantes pesadillas por hoy. Seguiré en manos de Dios, persignándome cada día al salir de casa, estrenando en mí esa vieja manía de llevar a Dios en labios a toda hora.


Laura Fernández