martes, 30 de junio de 2009

"Escribir que las cosas deben cambiar te hace ser un apestado"


Tomado de El País de España

MIGUEL MORA - Roma - 30/06/2009

Enviar


No le he leído a Saviano, es un escritor joven italiano con la vida partida en dos desde que escribió Gomorra, llevada al cine el año pasado. Vive entre el éxito y el miedo. Sin lugar fijo, siempre nómada. Amado por sus lectores y perseguido por la mafia italiana que ya le sentenció. Sin embargo, lo poco que uno le lee lo arrastra a querer correr y comprar sus libros. Laura Fernández


Ya está en las librerías italianas el nuevo libro de Roberto Saviano (Nápoles, 1979). Se titula ‘La belleza y el infierno’, y es la suma de su obra periodística: reúne perfiles, reportajes y artículos publicados antes y después de Gomorra (2006), la novela que partió su vida en dos: éxito y fama, miedo y soledad.

En el prólogo, Saviano cuenta cómo es esa existencia nómada y sin hogar (dolor, huída y aprendizaje, habitaciones de hotel, viajes veloces, tristeza y escritura) desde que le amenazó la Camorra, y explica el origen del título, tomado de un pasaje de ‘El hombre rebelde’, un ensayo de Albert Camus: “El infierno tiene solo un tiempo, la vida un día recomienza”.

Saviano ha sobrevivido gracias a la escritura que le obligó a renunciar a la normalidad. Quizá por eso, ha llenado el libro de agradecimientos. Los amigos que ha ido encontrando en esa nueva etapa son el motor de las 250 páginas. Y luego están, sin estar, los ex amigos, aquellos que se fueron sin despedirse y que al irse aumentaron su rabia y su incomprensión, pero también, sin saberlo, le animaron a seguir escribiendo. Unos textos exactos, airados y apasionados a la vez, textos justicieros, o militantes si se prefiere.

Como perseguido, Saviano se siente cómodo entre los perseguidos. Pero escribe pensando en los lectores. En muchos lectores. Dice que es la única forma de callar a los cínicos, los difamadores, los cobardes. “No quiero escribir como los cínicos. El cinismo es la armadura de los desesperados que no saben que lo están”, explica.

Los amigos nuevos, vivos o muertos, tienen algo en común. Son ejemplares. Beppino Englaro, el héroe recto que desafió la hipocresía de los ateos devotos; Miram Makeba, la reina de África que murió en escena en Castelvolturno, territorio Gomorra; los boxeadores olímpicos del Gimnasio de Marcianise, que escapan de la Camorra a base de sudor; Anna Politovskaia, la periodista rusa asesinada para taparle la boca; el músico Michel Petrucciani y el futbolista Lionel Messi, dos enfermos sublimes, entre la belleza y el infierno; el infiltrado en la mafia Joe Pistano, cuya historia inspiró la película ‘Donnie Brasco’…

En octubre, Saviano llevará algunos de esos textos y personajes al Piccolo Teatro de Milán: “Soy un intruso del teatro, pero siento la necesidad de comunicarme directamente con los lectores”, dice en esta entrevista, en la que reflexiona sobre la vida y el periodismo y ataca el cinismo que, a su juicio, está devorando a su país.

Pregunta. La pieza sobre Joe Pistano, Donnie Brasco en el cine, es como un encuentro con un maestro...

Respuesta. Bueno, él es un policía que estuvo infiltrado seis años en el clan Bonnano, y gracias a él hubo más de 100 detenidos… Su vida tiene bastante que ver con la mía. Quedamos en Roma, en un restaurante, y me dijo que debía ir sin escolta. Llego y me dice: “La verdad es que para ser italiano vas muy mal vestido”. Es todo un personaje. Veía a su mujer y sus hijos solo en agosto y en Navidad. Me dijo: “Del infierno se puede volver”. Me preguntó si hacía deporte, si estaba tatuado. “Ah, entonces eres un hombre”. A cada frase se santiguaba. Es religiosísimo.

P. ¿Qué le enseñó?

R. Estuvo muchas veces a punto de morir, pero no lo mataban porque nunca huía. Pasó mucho miedo, pero pesaban más las ganas de acabar el trabajo. Pensaba que si se salvaba podría terminarlo. Ellos se reunían para decidir qué hacer con él, y él se quedaba fuera esperando. Me contó que los bosses estadounidenses se habían dulcificado mucho, y que cuando la cosa se puso fea tuvieron que llamar a los sicilianos. En la Comisión Antimafia dijo que la forma de acabar con ellos es dejar que se americanicen, porque la buena vida les hace cada vez menos fiables como organización, les quita disciplina y jerarquía. Los mafiosos italianos se drogan solo ahora, antes no la tocaban. Las mujeres, me decía, llegaban con un golpe de uña. “Se vuelven locas por los criminales”. Su idea para resistir es que él estaba en lo cierto y los mafiosos estaban equivocados.

P. El bien y el mal…

R. Camus lo dice de otra forma: para contar la realidad es necesario haber atravesado el abismo del infierno y tener el talento de la belleza.

P. Messi y Petrucciani, por ejemplo.

R. Dos enanos que se convierten en gigantes. Petrucciani tenía una enfermedad muy rara, se llama huesos de cristal. Su abuelo era napolitano, y en el infierno de su condición encontró la belleza, la fuerza para ser mejor. Fue capaz de crear algo único. No como un freak que tiene éxito; era independiente de su estado físico. No era un fenómeno de feria. Escuchas un disco suyo y notas un talento infinito. El infierno mejoró su talento, le empujó a ser mejor. Tenía siempre alrededor un montón de mujeres, decía que le dejaban porque las engañaba. Estaba lleno de vida y era un ser monstruoso. Tuvo un hijo y le contagió la enfermedad. Explicó que él había tenido una vida maravillosa y no tenía porqué impedirle vivir una vida semejante. Hay un vídeo en Youtube en el que su hijo toca el piano sentado en sus rodillas. Es como si hicieran el amor solo que en público.

P. ¿Y él cómo tocaba el piano si sus huesos se rompían?

R. Desde el parto vivió con el cuerpo enyesado, todo salvo las manos. Por eso entendió que tenía que hacer algo con las manos. Su abuelo le enseñó a tocar la batería. Luego se fue a América, a una comunidad hippie, y era el enano que todos usaban para los juegos eróticos. Empezó a tocar el piano y un día se encontró con el saxofonista de Keith Jarret, que había dejado la música y era cartero. Tocaron juntos, hicieron un disco mítico que cambió la percepción del jazz. Luego se murió de una pulmonía. Al romperse tantas veces la caja torácica, tenía los pulmones llenos de cicatrices. Es una historia increíble. Le miras y piensas que no tiene nada que ver con la belleza. Lo escuchas y entiendes cómo transforma lo que es en belleza.

P. En el prólogo hace una especie de alegato de la defensa.

R. Me defiendo ante los lectores de las calumnias que me lanzan. Me dicen que soy un producto de marketing, que copio, que soy un escritor de un solo libro y un solo tema. Siempre he dicho que los lectores hacen posible y peligroso el oficio de escribir. Gomorra ha vendido más de tres millones de copias en el mundo y sus lectores saben ahora que Italia es el segundo país del mundo donde hay más personas protegidas, después de Colombia.

P. Pero esa vida ha tenido cosas positivas.

R. He conocido a Salman Rushdie y, cada vez que tengo un problema, le mando un mensaje y me ayuda. Me dice que no me haga un mártir de mí mismo, que vea chicas, que me busque un exilio de oro, que no me martirice para ser coherente con el personaje. Una vez no me querían dejar volar con Air France, decían que los pasajeros tenían miedo. Me dijo: “llama a Le Monde y diles que no te dejan”. Lo hice, Le Monde llamó a Air France y se arregló. Siempre recordaré que cuando estuvimos juntos en Estocolmo dijo que lleva todavía dentro las heridas que le produjeron los colegas.

P. ¿Así que lo peor es la envidia de los otros escritores?

R. Lo digo en el libro: siento orgullo de ser atacado por ese tipo de escritores y políticos que me acusan de representar una puesta en escena y de pillar dinero. Ahora sé que solo el negocio bueno gana al negocio malo. Gasto 10.000 euros al mes en abogados para defenderme. Te dicen que has plagiado, te intimidan con querellas criminales… La noticia sale en los periódicos y cuando ganas han pasado cuatro años. El odio nace de que sienten que eres diferente. Hay muchos políticos y escritores que creen que todo es lícito, viven en la impunidad total. El mecanismo que me empuja a escribir es justo el contrario de ese cinismo. Creo que hace falta cambiar las cosas. Me niego a sucumbir al conformismo. Ellos saben que la mayor parte del país está de su parte. Que nadie sale a la calle a protestar por nada, que la gente adora ser representada por políticos que encarnan sus contradicciones. La gente siente que Berlusconi tiene los mismos vicios y contradicciones que ellos, por eso están cómodos con él. Si tratas de cambiar eso, les quitas el sueño. Pero no hablar de las cosas solo sirve para esconderlas y escurrir el bulto. La indiferencia de los italianos, esa forma de acostumbrarse a cualquier cosa, ha contagiado a la sociedad civil, a los periodistas, a los líderes de opinión. Pensar o escribir que las cosas deben cambiar te convierte en un apestado. Dicen que lo haces porque no has llegado donde esperabas, porque no tienes enchufe… Te llaman inadaptado, dicen que eres poco fiable, que estás fuera del sistema. Ese cinismo está devorando el país.

P. ¿Por qué no escriben para los lectores?

R. Todo el mundo habla para las elites. Como si ya no se pudiera conquistar a los lectores y la única forma posible de estar en el mundo fuera hablar para los colegas. Yo escribo siempre para el público más amplio posible. Esa es la fuerza que tienen las palabras sobre los criminales. Pero también Miriam Makeba, que vino a morir sobre un escenario en un pueblo inmundo dominado por la Camorra, cantó esa noche para 30 personas. Le daba igual que el teatro estuviera lleno o vacío, vino para las prostitutas nigerianas porque eran su gente. En el artículo escribí que murió en África, Castelvolturno es África. Solo esa vieja generación sigue pensando que hablar al público es necesario. Hoy, además, hay que hablar para el mercado global. Si queremos que ‘El País’, ‘La Repubblica’ o el ‘Times’ se interesen por estas cosas, la única forma es que interesen a los lectores.

P. Politkovskaia murió asesinada por llegar al público.

R. Lo que más me sorprendió es que su hijo me contó que tenía a su madre enferma y que se dedicaba muchísimo a cuidar de su familia. El día que la mataron había ido al supermercado a comprar cosas para ella. Era una mujer dedicada y completa. Nunca renunció a su familia, tampoco a su trabajo en Grozni. Sorprende la indiferencia con que la prensa trató su caso. Antes de matarla la envenenaron en el avión, la ingresaron en el hospital y los análisis que probaban el envenenamiento desaparecieron. Lo denunció pero nadie le hizo caso. Dijeron que había visto muchas películas de 007. Hasta que murió nadie la creyó. Su marido, en una entrevista, dijo que era mejor así, que ella temía más a las calumnias y a las fotos de supuestas orgías que a la muerte. Con la muerte nadie tiene dudas. Las dictaduras matan, las democracias destruyen la imagen.

P. La lista de agradecimientos del libro es enorme.

R. Son todas las personas que me han ayudado. Al principio no sabía cómo acabaría esto. El odio político, el riesgo de quemarte… Solo tenía a los Carabineros conmigo, y poquísimos amigos. Esos son los que me han dado gasolina para aguantar y evitar errores. Al principio era fragilísimo, con el tiempo he aprendido a defenderme y construirme. Poner los nombres es una forma de homenaje, y a la vez el relato de un país distinto. No solo existe el que mira hacia otro lado. Hay gente magnífica en este país.

P. El nombre más importante no está. Es el de la dedicatoria. “A M…, luz en esta larga noche”.

R. Es jodido entrar en relación con uno como yo. Enorme presión mediática, judicial… He sido un tipo intratable, nervioso, siempre fuera de onda, sin casa fija… En este diario infernal del día a día, ella ha intentado estar cerca de mí: merecía ese homenaje. Con algunos amigos también estoy en deuda. No es fácil: deben compartir tu batalla, soportar la presión y seguirme por el mundo. Soy un profesional ambicioso de pecado mortal. Quiero cambiar el mundo con las palabras, es una especie de misión. Por suerte no tengo desviaciones místicas, pero el sentido de mi vida es ese. El libro es para los que no crecieron conmigo y desaparecieron de repente. No sé todavía cuál era mi culpa. No hice nada feo, nada malo ni sucio. Pero se fueron.


viernes, 19 de junio de 2009

Buena Vista Social Club. Chan Chan

Cuando uno escucha a este singular grupo de músicos cubanos, parece que la vida nos sonríe de nuevo. Gracias al cineasta y músico, alemán creo, Ry Cooder pudimos en el mundo entero conocer y disfrutar de estas voces maravillosas, letras, música y sonrisas que disparan nuestras emociones.

En 1998, cuando todos superaban los 65 años, el más joven era Elíades Ochoa, Cooder los rescató musicalmente. Habían permanecido practicamente 40 años ocultos al mundo, restringidos a su isla y dispersos en su suelo. Escuchar a Compay Segundo (de 90 años), Ibrahim Ferrer (80), Cachaito (ya muertos), Omara Portuondo, Elíades Ochoa , Rubén González al pìano se convirtió en una convocatoria, un ritual diario y poético, un ejercicio sublime para renovar el alma y los sentidos.

Son mágicos. Una musicalidad envidiable. Letras que hablan de alegrias, amores y desamores y desencuentros. Con una poesía. Y una nostalgia. Pero con un ritmo tan alegre y envolvente que aleja la tristeza.

Quien no los haya escuchado, lo invito a hacerlo. Extraordinarios todos. Y no dejen de buscan una pieza de Compay Segundo con Martirio llamada "es mejor vivir así".

Laura Fernández



Mi Credo por Susan Castro

Cada vez me gustan más y disfruto con sincero placer los escritos de mis amigos. Los ajenos y sinceros, fieles y reflejo del alma que los expresa, que no son mios y me gustaría haber escrito.

Susan es una joven poeta de la capital que además promueve entre los niños la estimulante tarea de leer. Y así anda, con libros bajo el brazo, saltando de una biblioteca a otra, cautivando con sus cuentos y los de los grandes narradores a los hijos de una. Que estimulante oficio, estar rodeada de niños, atrapando su atención e instalando en el centro de su imaginación mundos y universos maravillosos que traspasan la serie de robots sin alma de la televisión.

Ella les regala imaginación, fantasía, relatos y cuentos más cercanos a la sensatez, a la naturaleza humana, a la geografía de los sentimientos y del corazón, de la solidaridad necesaria, que a bellas durmientes sin criterio, cegadas en la espera del príncipe azul. Calladito anda y calladito, sin quiza sospecharlo, enriquece el mundo particular de quienes la escuchan, niños y jóvenes que desde tempranas edades se asoman con curiosidad a la lectura y la literatura. Y uno se lo agradece. Porque sospechamos que en el futuro tendremos un país que por leer, por no dejarse dormir solo con cuentos de hadas, estará más alerta y dispuesto al debate, al análisis y al desarrollo de ideas.

La conocí en el mundo feisbuk. Acaba de publicar un poemario en Caracas y recientemente insertó en su perfil Su Credo, este que ahora gracias a su autorización insertamos en nuestra Memoria.
Laura Fernández


MI CREDO
Creo en Lady Di que murió el día en que nací.
Creo en el poder de Dios y no en la reencarnación.
Creo en los poetas, los niños y sus miradas.
Creo que el último asiento de la fila es el mejor pués... veo todo el panorama.
Creo que el chocolate y el helado son los mejores inventos del mundo. Creo en el vuelo del colibrí y las gaviotas. Además, creo en todo lo que dicen los loros y las guacamayas. Creo en la literatura ya que odio los discursos a plena voz. Creo en los colores y en la fotografía y que el mejor olor del mundo es el del pan recien horneado. Creo en los osos de peluche. Creo en la magia de narrar cuentos. Creo en la moda de Carolina Herrera. Creo en la Luna y los mapas del Cielo. Y sobre todo creo en mi capacidad de empezar de nuevo.

También, creo que hay palabras que se las lleva el viento. Creo en el amor de mis padres y el hogar que me dieron. Creo en la mitología y en las historias de piratas. Creo en run-run de los chismes y los chistes.
Creo en la risa. Creo en los libros, internet y las bibliotecas. Creo en Mafalda y que la "Nimbus 2000" es la mejor escoba.Creo en el Arte.
Creo en los besos y los abrazos. Creo en los mensajes escritos que llegan a mi telefono celular...
Y creo que los girasoles que están mi jarrón son felices.

Susan Castro Rodríguez

martes, 16 de junio de 2009

LEONARD COHEN

Disfruten de Bono U2. 
Vídeo Hold me, thrill me, kiss me kill me para la película Batman Forever

Un poco de irreverencia para Mercurio Editor.
Carlos Raffe

miércoles, 10 de junio de 2009

Un perdedor de 100 años


Extraordinaria crónica sobre Juan Carlos Onetti escrita por Tomás Eloy Martínez, el escritor vivo argentino más importante de las úlñtimas décadas, considerado por muchos el heredero de Borges. Tomado del diario La Nación


Tomás Eloy Martínez


Una gigantografía con la imagen de Onetti en el Teatro Solís, de Montevideo, el 26 de mayo, Día Nacional del Libro en Uruguay Foto: EFE


Que Juan Carlos Onetti cumpla cien años es una redundancia, porque ya los tenía cuando nació, en Montevideo, el 1º de julio de 1909. Pasaba la mayor parte del tiempo en la cama y la inmovilidad centenaria era su manera de entenderse con el mundo. En sus años finales recibió todos los honores que de sobra había merecido mucho antes, por una obra narrativa áspera y desilusionada como no hay otra en América latina. Era una personalidad difícil de tratar, desdeñoso aun con lo que le gustaba, malhumorado y de una timidez sin límites. Esas cualidades se reflejan en "el estilo crapuloso" que Mario Vargas Llosa analiza en su reciente ensayo sobre Onetti, El viaje a la ficción .

Cree Vargas Llosa que esa oscuridad, esa amalgama vertiginosa de historias trágicas y excrecencias del cuerpo, fracasos y humillaciones, desesperados y explotadores es más que una vena narrativa. "[Es] una protesta contra la condición que, dentro de la inconmensurable diversidad humana, hacía de él una persona particularmente para eso que, con metáfora feroz, se llama «la lucha por la vida»". El propio Onetti se lo dijo a María Esther Gilio: "Todos los personajes y todas las personas nacieron para la derrota. Uno puede detener la trayectoria del personaje en un instante de triunfo pero, si continuamos, el final es siempre Waterloo". Tal vez por eso llegó segundo a casi todos los premios a los que se presentó. Pero el último, y el más importante en lengua castellana, el Cervantes que recibió en 1980, le sirvió como conjuro.

Primero, quedó finalista del premio Farrar y Reinhart, de Nueva York, con la novela Tiempo de abrazar : le ganó Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno . Luego, el argentino Marco Denevi lo derrotó en el concurso Life en Español: su cuento "Ceremonia secreta" se impuso sobre el extraordinario "Jacob y el otro", que al comienzo no había quedado siquiera entre los seleccionados. Algo curioso, dado que es fácil reconocer allí la grandeza narrativa de Onetti. La historia ocurre en su ciudad mítica, Santa María, y varias marcas de su estilo -la monotonía y la asfixia de la vida cotidiana, la cruel explotación entre personas- se suceden. Al parecer, ni siquiera lo notó el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, uno de los jurados. Alguien debió de advertírselo porque en el fallo final "Jacob y el otro" fue agregado a una nómina de finalistas que lo omitía en su primera versión.

El premio Fabril ignoró El astillero -una obra maestra- y prefirió El profesor de inglés , una ya olvidada novela del argentino Jorge Masciángioli. Poco después, en 1967, cuando Vargas Llosa recibió el Rómulo Gallegos por La casa verde , señaló en su discurso que le parecía injusto distinguir esa novela sobre su competidora Juntacadáveres . Los otros finalistas del período, 1962-1966, eran Julio Cortázar por Rayuela , Carlos Fuentes por La muerte de Artemio Cruz y Gabriel García Márquez por El coronel no tiene quien le escriba .

Ese destino es una ironía para alguien que, cuando debió juzgar, lo hizo con una arbitrariedad casi pueril. Lo vi castigar a autores valiosos, entre ellos a Manuel Puig en el concurso Primera Plana-Sudamericana de 1969, para el que fue jurado con María Rosa Oliver y Severo Sarduy. Había consenso para premiar Boquitas pintadas , que Puig presentó con el título Tangos y boleros , pero Onetti la rechazó sin contemplaciones. "Quiero saber cómo escribe de verdad el coso ese cuando no copia cartas, fragmentos de calendarios, informes burocráticos, conversaciones telefónicas, informes policiales y avisos fúnebres", dijo. Y en 1974, cuando, junto con la escritora Mercedes Rein y el crítico Jorge Ruffinelli concedió el premio anual de narrativa de la revista Marcha al cuento "El guardaespaldas", de Nelson Marra, exigió que se aclarase en el fallo: "El jurado Juan Carlos Onetti hace constar que el cuento ganador, aun cuando es inequívocamente el mejor, contiene pasajes de violencia sexual desagradables e inútiles desde el punto de vista literario".

A la dictadura que dominaba Uruguay no le importó: supuso que el cuento se burlaba de un comisario muerto años antes por la guerrilla Tupamaros y envió a la cárcel a Onetti (de sesenta y seis años en ese momento), a Rein (enferma de cáncer), al director de Marcha Carlos Quijano y a Nelson Marra, quien fue condenado por la Justicia Militar y sufrió cuatro años de torturas antes de salir al exilio. Ruffinelli se hallaba en México en el momento del escándalo; quedó prófugo con una orden de captura por diez años.

Sin el complemento habitual de whisky y cigarrillos, Onetti leyó novelas policiales durante su reclusión en una celda y su posterior traslado a un neuropsiquiátrico, gracias a la presión internacional. El encierro desquició en más de una ocasión a este autor de tantos personajes suicidas y, cuando llegó a España, meses más tarde, creía que lo había perdido todo y que su futuro era un páramo. "De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor", dijo al recibir el Cervantes. Había pasado mucho tiempo sin escribir y sólo un año antes del premio, en 1979, volvió a publicar: Dejemos hablar al viento . Hasta su muerte, el 30 de mayo de 1994, nunca regresó a Uruguay. José María Sanguinetti, el primer presidente de la recién recuperada democracia, le llevó a Madrid su Gran Premio Nacional de Literatura.

No fue más amable con las mujeres. Se casó cuatro veces, las dos primeras con primas que eran hermanas entre sí: María Amalia Onetti y María Julia Onetti. Cuando se separó de la tercera esposa, Elizabeth María Pekelharing, se casó para siempre -los cuarenta años de vida que le quedaban- con la violinista Dorotea Muhr. La frase con que le dedicó, en 1960, La cara de la desgracia (un librito parco, de 50 páginas, editado por Alfa en Montevideo, con la fotografía de una bicicleta abandonada y una orla verde en la portada), fue para el lector tan cruel y misteriosa como el propio relato: "Para Dorotea Muhr, ese ignorado perro de la dicha". La enigmática declaración de amor o compasión o cólera resumía sus tortuosos vínculos con la realidad.
Rara vez las historias personales de un escritor sirven para iluminar su obra. En el caso de Onetti, las formas ácidas de sus amores son, sin embargo, el preciso complemento de las mujeres estériles, mutiladas o vejadas por la vida que desfilan en sus ficciones implacables. Ciertas frases rápidas como látigos definen esas relaciones. El verso final de un célebre poema de Idea Vilariño -con la que Onetti vivió una desdichada y larga historia sentimental- es el eco de las infinitas amarguras que compartieron. "No te veré morir", profetiza Idea. No hay peor condena que ésa en el amor: vivir de espaldas a la muerte de alguien a quien alguna vez se le dio todo.

Cuando en julio de 1967, el Instituto de Cultura y Bellas Artes de Venezuela, que estaba a punto de conceder por primera vez el premio Rómulo Gallegos, concentró en Caracas a unos veinte escritores y críticos latinoamericanos, Onetti llegó temprano y se encerró en su habitación del hotel Tampa. Se tumbó en la cama, se negó a salir y no hizo otra cosa que escribir, beber whisky, fumar y leer novelas policiales. El diario El Nacional envió a la más brillante de sus redactoras literarias, Marie-Jose Fauvelles, una joven poeta nacida en Francia que firmaba con el seudónimo de Miyó Vestrini. Desde luego, jamás logró que le atendiera el teléfono. Se instaló entonces en el vestíbulo del Tampa y empezó a enviarle poemas junto con insistentes pedidos de entrevista. Al tercer día, Onetti cedió a la curiosidad y aceptó hablar con ella, pero no más de veinte minutos. Fueron cinco días.

Dolly lo amó como era: con su bohemia, su desasosiego y su insaciable apetito por otras mujeres. Le aseguró a Vargas Llosa que fue feliz a su lado. Ahora la ilusiona que se lo esté leyendo más: "Estos homenajes lo traen a la vista pública", dijo la semana pasada, cuando inauguró el Año Onetti en Uruguay con la lectura de fragmentos de El pozo , la primera novela. Logró, de algún modo, reconciliarlo con sus orígenes: en la cúpula del legendario teatro Solís, una foto que el artista Hermenegildo Sábat le tomó a Onetti, retrabajada por el fotógrafo Juan Carlos Urruzola, lo muestra, gigante, mirando a la Montevideo de sus infinitas derrotas.

martes, 9 de junio de 2009

El "Homero" de la literatura Guajira

Miguel Ángel Jusayú  ha hecho de su vida cotidiana un apasionado relato, cuyas páginas registran los sueños del pastor de ovejas que un día dejó la sabana Guajira para contarle al mundo, la fantasía que guardaba en lo más profundo de sus inéditos recuerdos. Este singular escritor no necesita ver para creer, mucho menos para escribir fascinantes historias que traspasan fronteras y le convierten en el Homero wuayúu.

Cuando Miguel Ángel Jusayú habla sobre la Guajira, uno no sabe si es aquella sabana infinita desde donde emerge portentosa una raza de hombres indoblegables que retratan los libros con su formalidad habitual, o si es la imagen fiel de una realidad que él rescata desde sus recuerdos para entregarnos en cada libro un documento fresco y vivo de nuestro pasado ancestral. 

Jusayú, el gran escritor de la Guajira, perdió la vista a los 12 años. En vez de llenar de oscuridad sus días, se sobrepuso a su ceguera y la temible creencia de la Venezuela de aquellos ruidosos años 50 que señalaba al guajiro como un animal, casi una bestia. La riqueza de su mundo interior, impregnado sin él saberlo por esa singular llama de pasión que caracteriza a aquellos hombres nacidos para triunfar y dar vida a sus sueños, era superior a cualquier miedo dándole la fortaleza para seguir siempre adelante. 

Tuvo la oportunidad, a sus 20 años, de trasladarse a Caracas y aprender a leer y escribir con el método Braile. Allí en un mundo distinto al de él, donde lo que más ansiaba era poder ver de nuevo para recorrer con su abuela la sabana de su niñez, se enamoró por vez primera, aprendió a bailar y a susurrar sus primeras palabras de amor. 

De vuelta a Maracaibo, retornó a las calles del centro marabino y armado con una máquina de escribir, se sentó en la Plaza Baralt, en la calle Comercio, a escribir los telegramas que los transeúntes requerían. “La gente venía más por la curiosidad de un ciego escribiendo que por cualquier otra cosa”. Luego hizo de traductor, “los hombres querían hablar en wayúu para enamorar a las muchachas y a eso yo le aplicaba imaginación”. 

Sin sospecharlo si quiera tuvo su primer encuentro con lo que después sería su oficio definitivo, el de escritor.

A los 40 años escribió el primer libro de la Gramática Wayúu, luego el Diccionario de la Guajira, dando después lo académico rienda suelta al poeta que escondía aquel hombre de alma sensible y recuerdos desesperados. Domó con sus tormentas y con fuerza afloró la pluma de un hombre de inagotable imaginación que escribe para niños relatos de una tierra fantástica donde los animales hablan, el cielo es siempre infinitamente azul sobre la ocredad del paisaje  y de donde emergen princesas y  dioses que nada tienen que envidiar a los que retratan los libros llegados de otras latitudes europeas.

en la foto: Laura Fernández, Miguel Ángel Jusayú y Ninoska Morán


A sus 72 años,  Jusayú ha escrito 15 libros, de ellos, Ni era vaca ni era caballo es el más conocido. Ha sido traducido en 10 idiomas y hasta se hizo un cortometraje. Considerado por propios y alijunas  el Homero de las letras guajiras aunque él prefiera ser el Cervantes soñador.


No buscó ser escritor, más bien la vida lo colocó en ese oficio. Una vida contada a sus 72 años en un tono bajo y pausado, con vos queda pero con la fuerza desgarradora de una vida plena de experiencias.

No hay premio o distinción que no haya recibido, incluso el Honoris Causa de la Universidad del Zulia donde se mantiene como asesor cultural. Junto a Emilia, su esposa llegada también de la sabana guajira, ha formado una familia de 3 hijos, los hijos que encienden la oscuridad de sus días para seguir echando a volar su inquieta imaginación.

Laura Fernández

lunes, 8 de junio de 2009

Hoy se fugo a Jepira el Homero de las letras guajiras: Miguel Angel Jusayu

Por: Laura Fernández

Hoy se fugó a Jepira el Homero de las letras guajiras: Miguel Angel Jusayú.


Desde hace unas pocas horas, mora otras eternidades y pasea en ellas, sus cuentos y relatos guayu avivando entre quienes le precedieron el viaje sus recuerdos más queridos, más íntimos y terrenales. Y sus ojos ciegos deben abrirse, grandes como eran, mientras relata sus cuentos llenos de voces y personajes sacados de recuerdos desesperados y de aquella sabana Guajira donde de niño creció escuchando las apasionantes fábulas de los abuelos que encendieron para siempre su imaginación.

La luz tan esquiva a sus ojos, brilló con generosa insolencia en su imaginación. Y cada cuento, libro o relato que publicó nos produjo alegrías y un orgullo siempre renovado. Aprendió joven a escribir en braile y, dueño de una máquina de escribir, se sintió indoblegable dándose a la investigación de mitos, leyendas y creencias ancestrales.

Recorrió toda la Guajira, la atravesó en su anchuroso territorio escuchando y registrando la oralidad de su pueblo y como para que nunca más nadie los olvidara, los hizo libros y paseó todos sus cuentos guajiros por el mundo ratificándonos que teníamos los wayuu leyendas y creencias tan imperecederas como las de griegos y romanos.

Su inmarchitable cuento "Ni era vaca ni era caballo", traducido a más de 10 idiomas y hecho película, lo revela en toda su grandeza y humildad. En pocas páginas relata su primer encuentro con el automóvil, el que entró un día ya olvidado en las cercanías del caserío donde vivía, y su descomunal asombro ante aquella cosa de metal, que rodaba irremediablemente hacia él, y no era vaca ni caballo y sin embargo se movía hacia él, que despavorido huyó.

A este hombre que nos regaló tantas sensaciones impagables, autor de lenguajes continuamente renovados para contar sus historias, lo conocimos hace 3 años en su casa humilde y sencilla en un barrio marabino. Allí estaba, en medio de la pobreza material terminando el primer diccionario bilingüe wayuu-español,
sentado en un colorido chinchorro en medio de una tarde calurosa, rico en historias, entusiasta e ingenuo, y a ratos rabioso consigo mismo, contra el mundo y contra todos. Pero sonriente y torrencial al hablar, nos obsequió más de 3 horas de conversación fluida, recuerdos que nunca se apagaron de su memoria, y esa maravillosa ingenuidad con que solía contarse, con espontaneidad y desparpajo también.

Descansa en paz.

Maracaibo, 8 de junio de 2009