jueves, 30 de julio de 2009

Caigo sobre unas manos



Cuando no sabía
aún/ que yo vivía en unas manos, /ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón./ Yo sentía que la noche era dulce/como una leche silenciosa. Y grande./ Mucho más grande que mi vida./ Madre:/ eran tus manos y la noche juntas./ Por eso aquella oscuridad me amaba./ No lo recuerdo pero está conmigo./ Donde yo existo, en lo olvidado, /están las manos y la noche. /A veces, /cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra, /y ya no puedo más y está vacío /el mundo, alguna vez, sube el olvido/ aún al corazón./ Y me arrodillo/ a respirar sobre tus manos. /Bajo/ y tú escondes mi rostro, y soy pequeño,/ y tus manos son grandes,/ y la noche/ viene otra vez, viene otra vez./Descanso/ de ser hombre, descanso de ser hombre.

El poema pertenece a Antonio Gamaneda, escritor español. Es conocido como el escultor de las palabras. Nació en 1936 y en 2006 su obra poética le fue reconocida con el premio Cervantes, el nóbel de las letras hispanas.

El poeta, hijo adoptivo de León por ser ésta la tierra en la que se crió y creció como escritor, cree que el hecho de que la poesía sea una cosa «minoritaria» ha llevado a los científicos a no averiguar si puede existir una zona del cerebro en la que el pensamiento «se suceda a sí mismo». Para el escritor, la poesía «nos lleva a nuestros orígenes, a cierta capacidad de creación y revelación. Creo que existe una conexión entre la primera palabra del homínido capaz de la fonación articulada y las dos palabras que aparecen juntas por primera vez», aseguró el escritor, autor de obras como «Blues castellano», «Libro del frío» o «Arden las pérdidas».


lunes, 27 de julio de 2009

"¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba..."

Jaime Sabines
Poeta mexicano
(1926.1999)

martes, 21 de julio de 2009

La felicidad viene en ruedas y es amarilla

Por: Laura Fernández Abreu




La placidez me acompaña estos días. Me anima saber que al despertar las imágenes que grabará la retina y luego, más tarde en el día volverán a mi memoria, no será la secuela de noticias dolorosas o inquietantes de los noticiarios nacionales. Ni los rostros cínicos que asomados en las pantallas de las mañanas nos dicen que la inseguridad no existe, es solo un asunto de percepción. Que las muertes y los asaltos y los robos y los secuestros, son mentira, cuando aún tenemos fresco el olor a pólvora que nos despertó el día anterior y la mente perturbada por los 60 asesinatos del fin de semana solo en Caracas.

Anima amanecer estos días y saber que como cada año, igual a cada caluroso mes de julio, nos esperan las escenas inéditas del Tour de France, llegados como un bálsamo para por fin refrescar los sentidos y dar una tregua a la mente.

3.500 kilómetros corridos durante 20 días en esta edición donde estos colosos se internarán entre montañas nevadas con picos sobre los 3 mil metros de altura, campos de trigales extendidos y temperaturas de 30ª, pequeñas aldeas animadas por campesinos sencillos que corren tras los ciclistas a caballo, en bicicletas, desde una canoa en el río, o sobre sus tractores, pueblos medievales con sus iglesias de piedra y campanario saludando el paso de los ciclistas, hermosos viñedos tan añejos como la historia misma de Francia, y grandes ciudades de gente eufórica y moderna como Barcelona o París.

Las más hermosas imágenes que conservo este año me las ha regalado el Tour de France. Su entusiasmo inoxidable. Su alegría colorida alegrándome los días. Que hermosa es la Francia rural, la de gente humilde y rostro fresco, la de pequeños pueblos de 2 mil habitantes separados por apenas 2 ó 3 kilómetros uno del otro. De puertas abiertas, sin portones ni rejas en las ventanas. Pequeñas fondas y tranquilos cafés en la esquina. Kilómetros y kilómetros de verdor y cosechas. La vida parece plácida. Y entonces una certeza me invade. Añoro esa forma de vivir tranquila, suave a mis ojos, sin sobresaltos de delincuentes, la añoro con la misma intensidad que a veces pongo en ambicionar imposibles que a ratos consigo. Miro y remiro cada cms de imagen que me regala la televisión francesa o ESPN con sus comentarios documentados y, viendo la secuencia de ciclistas atravesando los campos galos, llego a envidiar lo que desde aquí siento como un privilegio: esa tranquilidad es un lujo, es todo lo que deseo y todo lo que no tengo aquí. Atrapada entre el trabajo y la vuelta a casa. Amanecer y retornar a la tarde por el mismo camino que en la mañana me trasladó a la vida real, esa tramada de acechanzas, de huelepegas que al amanecer han destrozado mi oficina y no hay nada por hacer. ¿Cuándo perdimos la tranquilidad? ¿Cuándo todo se hizo tan peligroso? ¿En que momento la alegría, el optimismo que suele embriagarnos se ha opacado? La respuesta es puntiaguda. Hiere por la consciencia. Por la certidumbre de que es una salida a largo plazo.

Los paneos desde el helicóptero dispersan mis inquietudes y llenan mis ojos de sembradíos de girasoles encendidos que tan magistralmente registró ese genio loco e inolvidable de Van Gogh, pasan ahora por el pueblo de Víctor Hugo con sus puentes centenarios mientras escenas de Los Miserables nos atraviesan el pensamiento y nos impulsan a buscar sus pasos por la gran red virtual. Cada pueblo vive a su manera el tour y lo expresa creativamente. En los más de 2.200 kilómetros devorados ya, hubo quienes vistieron sus vacas con grandes pañuelos amarillos, verdes, blancos y de lunares rojos, los colores emblemáticos de las camisetas del giro. O quienes esperaron sobre sus caballos vestidos de caballeros medievales, o las monjitas con túnicas amarillas para alertar que entraban en las tierras del girasol. Y la nostalgia me invade, y deseo correr y escuchar a Charles Aznavur, a Lucio Dalla y Pavarotti cantando el Carusso, a Leonard Cohen y también a Amancio Prada.

Pero esta semana, el domingo, termina la vuelta que por 3 semanas devora la realidad. Me aleja de ella y robustece la voluntad a veces tan debilitada. Tendré que esperar a julio otra vez para de nuevo ser feliz. Espero que algo cambie.

miércoles, 15 de julio de 2009

También la Ñ es gente


Por: Maria Elena Walsh









La culpa es de lo gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe.

¡Señoras, Señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración.

Ya nos redujeron hasta el apócope. Ya nos han traducido el pochocho. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la Eñe con su gracioso peluquín, el  ¿Quieren decirme que haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y ñacurutuces?

¿En los de Añatuya como cantaran Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? “La ortografía también es gente”, escribió Fernando Pessoa. Y, como gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui.

A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, solo porque la ñ da un poco de trabajo.

Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también.

Por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables Nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir en nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, sueños, otonio. Fantasía

Inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe , sin distinción de sexos, credos ni programas de software.

Luchemos para no añadir más leña a la hoguera donde se debate nuestro discriminado signo.

Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémosle al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.


jueves, 9 de julio de 2009

DESCANSA EN PAZ MICHAEL JACKSON

Hubo muy buenos vídeos, pero para mi 
este es el supremo. Disfrutenlo