lunes, 30 de noviembre de 2009

“Vivir es ser otro” Fernando Pessoa


Laura Fernández

Hace 75 años murió en Lisboa Fernando Pessoa, el poeta que sabía idiomas y hacia versos. Tenía 47 años. Se murió sin tener verdadera certeza de quien era, haciendo versos como los versos se hacen, como si fuera la primera vez, deseando siempre ser el otro, nómada de si mismo. Maestro de la realidad interna, miró con ojos ajenos, sintió con piel extraña, caminó con otros músculos, los de sus heterónimos. Pero su voz por más que renegara de ella era la de Pessoa universalizando el sentimiento de millones. “Vivir es ser otro” afirmó y preconizó.

No supo el discretísimo Fernando, que solía cruzar las calles de Lisboa rumbo a su trabajo como traductor comercial, vestido con gabardina clara, corbata de lazo y sombrero ingles oscuro, que él estaba reservado para ser Fernando Pessoa, el más insigne poeta portugués del siglo XX, un Camoes mucho más grande que el antiguo.

Quiso llamarse Camoes, pero nació llamándose Fernando. Pessoa fue muchos otros, todos lo que él quiso: Álvaro de Campos el ingeniero moderno y desencantado; Ricardo Reis el latinista conservador y monárquico; Alberto Caeiro, el poeta filósofo; Bernardo Soares. Así rompió el encierro del yo en sus heterónimos. Afirmó y negó, divagó y preconizó “ser es estar libre”. Libre de los otros, sobre todo, libre de sí, de recuerdos, de opiniones, de prejuicios.

Una vida está construida de días y de los días sabemos que aún siendo iguales no se repiten. No sorprende que en uno de ellos al pasar Fernando frente a un espejo, un hombre que no era Fernando Pessoa, le mirara desde dentro del espejo.

Él que solía decir “los espejos no se equivocan cuando muestran” lo miró y le dijo: “Me llamo Ricardo Reis”. La imagen del espejo sonrió y desapareció para segundos después mostrarle la de un hombre delgado y pálido que tampoco era él. Esta vez le dijo “me llamo Alberto Caeiro”. Imperceptiblemente desapareció el hombre del espejo y solo por unos segundos se quedó vacio, desnudo, surgiendo enseguida otra imagen. A esta le dijo Pessoa “Me llamo Álvaro de Campos”.

Fabula Saramago, el premio Nóbel de la literatura portuguesa en su blog “Los cuadernos de Saramago”, que esta vez no esperó que la imagen desapareciera del espejo…” se apartó él, probablemente estaba cansado de haber sido tantos en tan poco tiempo. Esa noche, entrada la madrugada, Fernando Pessoa se despertó pensando si el tal Álvaro de Campos se habría quedado en el espejo. Se levantó, y lo que estaba allí era su propia cara. Dijo entonces: “Me llamo Bernardo Soares” y regresó a la cama. Fue después de estos nombres y de algunos más cuando Fernando creyó que era hora de ser también él ridículo y escribió las cartas de amor más ridículas del mundo.

Cuando iba ya muy adelantado en los trabajos de traducción y de poesía, murió. Los amigos le decían que tenía un gran futuro por delante, pero parece que no se lo creyó, tanto es así que decidió morir injustamente en la flor de la edad, a los 47 anos, imagínense. Un momento antes de acabar pidió que le acercaran las gafas: “Dadme las gafas” fueron sus últimas y formales palabras.

Hasta hoy nunca nadie se ha interesado en saber para que las querría, pero parece bastante pausible que su intención fuera mirarse en un espejo para saber quién era el que finalmente ahí estaba. No le dio tiempo. Es más, ni espejo había en la habitación. Este Fernando Pessoa nunca llegó a tener verdaderamente la certeza de quien era, aunque esa duda hace que nosotros vayamos consiguiendo saber un poco más quienes somos” concluye Saramago al comentar sobre el insigne Pessoa.

El gran Fernando Pessoa, el que dijera

Tenemos, todos los que vivimos,
Una vida que es vivida Y otra vida que es pensada,
Y la única vida que tenemos
Es esa que es dividida
Entre la verdadera y la errada”…

Deserta así a un mundo que no está hecho para ser pensado sino para ser visto. Por eso sabe que la realidad no se palpa con las manos, no se descubre con neuronas y nunca se pesca con teorías. Para sentir hay que estar distraído, olvidarse de todos y dejarse cazar por la sensación

¡Pasa, ave, pasa y enséñame a pasar!

lunes, 9 de noviembre de 2009

!Conmigo no cuenten!


¿Por Colombia? No, no me siento amenazada por ese hermano país. Sí por la inseguridad que me acorrala como un rehén dentro de la casa enrejada por todos sus costados, como las prisiones, recluida en ella desde el anochecer hasta que llegue el rumor de la nueva aurora, con miedo a salir porque temo ser asaltada en el semáforo, que me quiten el carro al salir de la farmacia o del cine o me peguen un tiro por no dejarme atracar.

Amenazada me siento en las noches interrumpidas abruptamente por los disparos que escucho en calles vecinas desde la frágil seguridad que me proporciona mi habitación bajo llave y me dejan desvelada, preguntándome quién habrá sido esta vez la víctima, impotente y sin nada que pueda hacer. Disparos y voces cada vez más cerca, cada vez más ciertos y preocupantes.

Amenazada por los gritos y patrullas que suben colándose por el ventanal del 4to piso de la oficina que ocupo y ni siquiera la altura puede apagar la calle. No hay forma de escabullirse, de no advertirla o, sentirla como si siguiera tus pasos. En la familia todos tenemos, no una, sino muchas historias para contar, somos protagonistas como casi todos los venezolanos de un robo a mano armada, de la violencia de las calles, de los delincuentes que no retroceden. Todos hemos llevado lo nuestro los dos últimos años y cada uno ofrece sus estrategias para preservar los bienes y la vida.

No hay cerca, no hay muro ni protección que detenga la inseguridad. Llega envuelta en un rumor cotidiano y espeso…y siempre cierto, como el disparo seco e inquietante que nos despierta a medianoche. Se hace escalofrío con el aullar de las sirenas a cualquier hora del día tratando de adivinar, entre paralizados y asustados, si será de la policía tras los delincuentes o de la ambulancia trasladando al herido grave que dejan los criminales. Me llega en la llamada telefónica de mi esposo informando que le acaban de secuestrar para robarle el carro y debo buscarle en un monte de La Concepción donde lo dejaron botado; en la voz nerviosa de mi hermana que arrinconada por el susto presenció como golpeaban al hombre de aspecto humilde que caminaba por la calle para despojarlo de su cartera y del poco de dignidad que le quedaba; en la intempestiva visita del vecino pidiendo un teléfono porque le acaban de vaciar su cuenta bancaria tras un secuestro express.

La inseguridad no es una percepción, es una realidad. La morgue habla rotunda y fría todos los lunes.

¿Colombia? No recuerdo que haya sido amenaza nunca. Como hija de la frontera, convivo con ellos desde que nací, y desde entonces hemos mantenido una relación amor-odio, con diferencias pero con más coincidencias en lo que queremos para nuestras vidas y nuestros países.

En esta frontera todos tenemos presente como nuestros campos han prosperado gracias a ellos, como salen cosechas de sus manos trabajadoras y alegres, barrios enteros de Venezuela que bailan sus vallenatos. Qué colapsan los hospitales y escuelas públicas? Seguro, pero también son ellos los hombres y mujeres que junto a los Wayuus construyen casas y levantan edificios, siembran el campo, recogen las cosechas, limpian las calles…son incansables para el trabajo pesado del que huye la mayor parte de los venezolanos.

Y ahora nos invitan a una guerra contra Colombia. Conmigo no cuenten que quiero a ese país y sus gentes como al mío y a mis hermanos. La mayoría de los venezolanos nos sentimos sus hermanos, no sus enemigos. La única arma que empuñamos hacia Colombia es la del afecto, el amor y el reconocernos en ellos…No queremos tambores de guerra ni verbo incendiario, que a veces las palabras son la antesala de los puñales. Si tenemos que levantarnos será para la paz, no la guerra; para la conciliación, no para el conflicto; para el diálogo, no para las armas.

En minúscula: Jugando a ser como mi papá

En minúscula: Jugando a ser como mi papá

viernes, 6 de noviembre de 2009

Domingos al sol naciente


No sé si estén los tiempos para ser románticos, pero me quedaré el fin de semana con las palabras descarnadas y geniales de los escritores que leo, con la música que me conmueve. Con mi bagaje de criaturas imaginarias, puestas de sol, mañanas en la montaña y recuerdos afrontaré lo que venga, incluido el frio que roe el corazón.