domingo, 1 de mayo de 2011

Hasta luego Sabato, nos veremos en tus libros


Laura Fernández



“Quería desaparecer, eso está en sus libros, pero quería quedarse, eso estaba en su mirada herida que ahora se acaba de apagar. Ernesto Sabato, un titán disminuido siempre por la constancia rabiosa de su melancolía”. (Juan Cruz, en el sentido obituario que hoy publica en El País: “El hombre que se reunía con los anónimos”).



El hombre triste, el Sabato atormentado no se consideraba escritor profesional de esos de un libro por año. Confesaba que a menudo “quemaba en la tarde lo que había escrito en la mañana”. Cuantas páginas devoradas en el fuego y no por los ávidos ojos de sus lectores, los anónimos que no sabía él porque misterio insondable de la vida, buscaban sus escritos, para reunirse con él escritor atormentado, melacólico y las sombras que le abrumaban. Decía que era un hombre solitario, que creció de niño asomándose en las tardes por su ventana de su cuarto viendo la vida pasar. Y era un cascarrabias. También un inconformista, un crítico y explorador excelso de las contradicciones internas que nos pueblan a los hombres. El Túnel, 1948, es un gran ejemplo. Como “Sobre héroes y tumbas”.



Le dolía el mundo. Le dolía la maldad. Le dolían los hombres. Era un pesimista pero quizá siempre tuvo razón Sabato y el destino del hombre no sea otro que la ceguera, la mezquindad y el olvido. Y sin embargo, este hombre adusto que cumpliría los 100 en junio de este año, amaba la vida. Ese hombre que otros señalan de difícil y complejo, que nos dejó con sus libros el tormento de un túnel hecho laberinto en la memoria, produce una profunda ternura cuando por televisión miramos con cuanto cariño aprieta entre las suyas las manos de Elvira, su compañera de los últimos años, mientras firma libros a sus legiones de lectores o cuando miramos las imágenes de su casa de Santos Lugares en la Argentina. Una casa vetusta y de ventanales acogedores, con árboles añosos, sencilla, donde vivía rodeado de recuerdos y libros, de contradicciones, de pequeños e inacabados cadáveres exquisitos que escribía a la mañana y destruía en la tarde, acompañado de la sombra de Matilde, su compañera de toda la vida fallecida a finales de los 90.

Su camino fue grande para dejarlo solo en la literatura. Ensayista, escritor, vecino sencillo y cotidiano, defensor de los derechos humanos, pintor consumado cuando la vista le comenzó a fallar, fue también un gran humanista, un hombre comprometido con las luchas sociales. Presidió, abolida la dictadura del 83, la Comisión que investigó los casos de los desaparecidos de la dictadura y de esa dolorosa investigación surgió un documento inmarchatable: Nunca más. Por su narrativa deja ver su dolor, nos transmite sus dudas sobre el destino del hombre, transita por las cloacas y el revés más crudo de la sociedad argentina.

Siempre estuvo mas cercano a los arrabales pueblerinos, a los frigoríficos argentinos, que al mundo de la intelectualidad con el que mantenía fuertes y agrias discrepancias. Ganador del premio Cervantes de literatura, el más importante de las letras hispanas, su prosa fue equiparada con la de Jorge Luis Borges, e igual que éste, cometió el error grave de sentarse en una misma mesa con un dictador. Borges con Ponochet. Sabato con Videla. Aunque luego pidió disculpas, el imagianrio colectivo no olvida ese episodio, como tampoco se le olvidó de Borges. Con Borges fueron famosas sus disputas.

A Sabato le habría gustado ser eterno. Siempre lo dijo. Le hubiese gustado vivir 1000años por ejemplo. En la vida y memoria de esta anónima mortal, lo es. No sé por qué cada tanto me daba por creer que había muerto solo para descubrir que no, que aún seguía entre los vivos ese hombre que agobió parte de mi adolescencia con la lectura de El Túnel, la historia de un asesinato narrado por su autor, un pintor atormentado y obsesivo “que termina por matar a la única mujer en el mundo que comprende las razones más profundas de su oscura existencia”.



Por ahora, volveré a esas páginas que leí con admirado asombro y deleite angustioso cuando recién comenzaba a entrar en territorios donde quedó dispersa mi juventud.

Hasta luego Ernesto, nos encontraremos en tus libros

No hay comentarios:

Publicar un comentario