jueves, 30 de julio de 2009

Caigo sobre unas manos



Cuando no sabía
aún/ que yo vivía en unas manos, /ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón./ Yo sentía que la noche era dulce/como una leche silenciosa. Y grande./ Mucho más grande que mi vida./ Madre:/ eran tus manos y la noche juntas./ Por eso aquella oscuridad me amaba./ No lo recuerdo pero está conmigo./ Donde yo existo, en lo olvidado, /están las manos y la noche. /A veces, /cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra, /y ya no puedo más y está vacío /el mundo, alguna vez, sube el olvido/ aún al corazón./ Y me arrodillo/ a respirar sobre tus manos. /Bajo/ y tú escondes mi rostro, y soy pequeño,/ y tus manos son grandes,/ y la noche/ viene otra vez, viene otra vez./Descanso/ de ser hombre, descanso de ser hombre.

El poema pertenece a Antonio Gamaneda, escritor español. Es conocido como el escultor de las palabras. Nació en 1936 y en 2006 su obra poética le fue reconocida con el premio Cervantes, el nóbel de las letras hispanas.

El poeta, hijo adoptivo de León por ser ésta la tierra en la que se crió y creció como escritor, cree que el hecho de que la poesía sea una cosa «minoritaria» ha llevado a los científicos a no averiguar si puede existir una zona del cerebro en la que el pensamiento «se suceda a sí mismo». Para el escritor, la poesía «nos lleva a nuestros orígenes, a cierta capacidad de creación y revelación. Creo que existe una conexión entre la primera palabra del homínido capaz de la fonación articulada y las dos palabras que aparecen juntas por primera vez», aseguró el escritor, autor de obras como «Blues castellano», «Libro del frío» o «Arden las pérdidas».


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